30 May El susurro de nostalgia y amor de una musa
Parecía una noche de otoño, cuando el calor se resiste a abandonar las calles pero una brisa fría te recorre el cuerpo. No recuerdo el motivo, nos citamos para cenar, quizás para romper nuestra relación profesional que se había instaurado con el paso del tiempo olvidando la amistad.
Tú seguías igual de preciosa, vestías una chaqueta holgada que dejaba entrever parte de tus hombros y una camiseta de David Bowie. Del resto no puedo acordarme porque tus ojos volvieron a hechizarme, algo que me hizo sentir enfadado conmigo mismo por seguir idealizándote.
Fue una cena para recordar, luz cálida, risas y copas de vino. Todo acabó muy rápido, tenías que marcharte y yo no supe retenerte. Algo en mi actitud te molestó, quizás mi indiferencia o mi falta de expresión, suele ser alguna de esas dos cosas que más decepciona a la gente de mí.
Nos despedimos, saliste huyendo y me quedé unos momentos sentado mirando la ventana, ensimismado, castigándome por no saber ser más humano.
Salí del restaurante a los minutos con una tremenda frustración a mis espaldas. Vagué por las calles de Ópera hasta pararme enfrente de una pared donde descargué mi irá y la decepción conmigo mismo que sentía desde hace tiempo. Estampé mis puños, mientras que entre sollozos declaré mi oculta admiración y amor que por ti sentía. Cansado, lleno de lágrimas, subí las escaleras cabizbajo.
– «Eres tonto, si supieras cuantas veces he intentado decírtelo yo también», tu voz me despertó.
Alcé mi mirada encontrándome con su sonrisa. Me quedé paralizado unos instantes, terminé de subir las escaleras y nos fundimos en un sueño, un sueño de nostalgia, de luz. Un sueño imposible de cumplir.
Tantos años perdidos por miedo, puede que por orgullo. Ahora estaba encerrado en una vida donde tú no podías estar, pese a todo, me dijiste que no te importaba, que cambiaríamos esa situación, haríamos lo imposible para darle la vuelta al presente y ponerlo a nuestro favor.
Ya me tenías en tus manos, tu esencia me cautivó, tu olor me adormeció. Me deje llevar por tu espíritu color de rosa.
Poco a poco mi memoria va olvidando los días posteriores, donde nos entremezclamos con abrazos, cuando me susurrabas el futuro al oído, cuando me sonreías, me mirabas, me llevabas a cualquier parte donde no hubiera ningún pasado reclamándonos. De alguna manera, habíamos alcanzado nuestro sueño eterno.
Mis cuentos suelen ser agridulces y este no era una excepción. La realidad me reclamaba una vez más y su aroma de luz se disipaba ante mis ojos. Una vez más mi mente redescubría que debo seguir avanzando, que quizás me dé permiso para contemplarte alguna vez pero que los látigos de mi ambición reclamarían su camino.
Debo seguir, debo avanzar, abandonando cualquier sueño que no seas tú.
Una parte de mi vida te pertenece, aunque tú no lo sepas, una parte de mí te desea hasta el infinito. No sirve de nada lamentarse, pero desde aquí te hago saber que siempre serás parte de mis pinceles, de su aroma a trementina, su olor a barniz. Siempre serás parte de mis pinturas y carboncillos.
Siempre te soñaré querida amiga.
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